viernes, 29 de febrero de 2008

Cómics: ¿Cosa de niños?


Mi hermano se negó a lo largo de toda su infancia a leer libros. Su único material de lectura era el legendario cómic chileno Condorito. Para horror de mis papás, mientras la hermana mayor descubría precozmente a sus primeros escritores latinoamericanos, el niño de orejas prominentes se reía a gritos con el personaje con cabeza de cóndor que, acompañado de sus cuáticos secuaces, terminaba cada historia en un: ¡Plop!

Yo, la odiosa primera hija y eterna buena estudiante hasta quinto de secundaria, me comía un libro tras otro. Este voraz ejercicio me permitía alejarme un poco de mi condicion de inadaptada colegial y me presentaba a niños aún más raros que yo -como mi admirado Barón Rampante, que un buen día decidió subir a las copas de los árboles y no bajar nunca más -.

Mi pasión compulsiva por los libros se detuvo, por un buen tiempo, el día que mi papá nos llevó a una feria de libros y, con los ojos encendidos, compró la primera colección de libros de Mafalda de la casa. Estos trece libros de diferentes colores, que tenían un tamaño que nunca había visto antes, me hicieron reír hasta que me dolía el ombligo, mientras los leía hasta soñar con los angelitos.

Años después, tras haber releído tantas veces estos libritos, y descubierto sus diferentes niveles de humor e ironía, alguien tuvo la idea de llevar a Mafalda y sus amigos a la pantalla. Resultado: una adaptación que no correspondía en absoluto a los personajes que yo tenía en mi cabeza. Mientras los veía en el úncio televisor familiar pensaba: "¡Pero ésa no es la voz de Felipe! ¡Mafalda no camina así! ¡Susanita es más pesada que eso!, o incluso un ignorante, ¿Pero por qué hablan con ese acento?". Una de mis grandes primeras desilusiones. Y, quizás por eso, a mis 25 años no tengo tele.

Aquí una muestra de Mafalda a todo color: