viernes, 23 de mayo de 2008

Porque la realidad supera la ficción #3

Un equipo de la tele inglesa mata de gripe a cuatro indios del Amazonas

Publicado en El Periódico /Mauricio Bernal

Han pasado más de 500 años desde que las enfermedades infecciosas de Europa causaron estragos entre la población aborigen americana, diezmando las tribus indias con tanta o más ferocidad que los fusiles y las espadas, de modo que resulta cuando menos extraño escuchar que cinco siglos más tarde los integrantes de una tribu del hemisferio sur han fallecido víctimas de una gripe de importación europea. Sucedió en enero pasado en el Amazonas peruano, y si solo se viene a saber ahora es porque las propias organizaciones comprometidas con la investigación han tardado unas semanas en enterarse, y un poco más en señalar al culpable: un reality show británico. Es decir: uno de los productos más ordinarios de la civilización occidental.

La noticia completa aquí.




viernes, 16 de mayo de 2008

Mis videoclubs



El primer recuerdo que tengo de alquilar películas es de un local pequeño, con poca luz y con ese olor de humedad que tienen las ciudades frente al mar. Las torres de los hoy extintos VHS prometían reinventar un día cualquiera y convertirlo en un viaje a países lejanos o a lo más profundo de mi ombligo. No recuerdo mi edad, pero aún eran esos años en que tenía que levantar la cabeza para ver a los adultos.

Las tardes de los viernes no lo eran sin la visita al videoclub. La elección de la película, para ser vista en el único televisor familiar de 14 pulgadas, era un complejo debate entre los gustos de mi hermano menor, mis romanticismos de niña y los inalterables criterios antiviolencia de mi papá.

Una vez en casa, tras haber ajustado la imagen gracias a un misterioso botón que decía tracking, Indiana Jones salía inexplicablemente intacto de todas sus exóticas aventuras; la magia de Tim Burton potenciaba al infinito el concepto de fantasía y Woody Allen generaba inusuales situaciones familiares, como ver a mi papá bajo los efectos de memorables ataques de risa.

Desde aquel pequeño local, que cerraron tras endurecer la lucha contra la prolífera piratería peruana, siguieron muchos otros que debían cumplir con el requisito fundamental de tener las películas en versión original. Así fue como fuimos socios del hostil, práctico, pero sobre todo, aséptico Blockbuster, o del pequeño local en la plaza de armas del Cuzco, con su limitada, pero entusiasta, carta cinematográfica. ¿Cómo ser un buen cliente de entonces? rebobinar las cintas al devolverlas.

En vez de relucientes tarjetas de crédito, como residente barcelonesa temporal, tengo en mi billetera mis respectivas credenciales de socia de Deuvedés en Gracia y de la Papaya Verde. El primero, en la calle Martínez De La Rosa, es uno de mis favoritos. Siempre tienen buenas películas nuevas (que por falta de presupuesto no veo en el cine), música alternativa que favorece la elección y, lo mejor para despistados como yo, si eres cliente frecuente te reducen las deudas por retrasos.

De la diagonal para abajo, la Papaya Verde tienen muchas más películas que la anterior, aunque la música puede ser desconcertante, vaya mucha gente y no perdonan ni un céntimo los retrasos, sin importar que tan seguido vayas y lo mucho que sonrías. Las novedades también llegan pronto, tienen buen cine asiático, francés y latino y las pelis están separadas por director. Si uno va acompañado, se agradece la silla junto a la mesa con periódicos y revistas para ojear mientras se elige la película de la noche.

Aunque ahora no hay tracking que ajustar, ni cinta que rebobinar, tras apagar la luz y escuchar los primeros diálogos, a veces siento como si fuera viernes después de clases y me alegro de que las películas tengan aún en mí el poder de reinventar el siguiente día.