martes, 11 de marzo de 2008

El Llanero Solitario



Después de la escuela, el parque se podía convertir en un campo de batallas, en una selva salvaje, en la superficie no explorada de saturno o en el desierto más árido, donde cabalgaba el Llanero Solitario y su valeroso corcel Plata. Al final de la tarde, cuando las palomas limeñas anunciaban la llegada de la noche, el parque volvía a ser otro más de la ciudad, hasta que al día siguiente los niños del barrio lo reinventaban sin tapujos.

Por las ventanas de la casa, Damián y sus cinco hermanos miraban -los grandes de pie, unos de puntillas y otros sobre los muebles-, quiénes habían logrado escaparse pronto de sus respectivas madres para comenzar a inventar el fuerte apache más grande del mundo, o alistar a nuevos soldados para los ejércitos de un ficticio y poderoso Rey de Palos. Pero mientras los gritos y risas iban aumentando a lo lejos, él sólo contaba los minutos para poder salir a la calle y dirigirse rumbo a territorio prohibido.

Bastaba con caminar unas pocas calles para que el escenario cambiara del barrio residencial de casas grandes y jardines floreados, a céspedes marchitos y fachadas mal pintadas. En las esquinas, los vecinos podían escuchar desde un profundo análisis de la realidad nacional, hasta la historia de desengaño más triste de la vida de una mujer.

En una de esas aceras, frente al cine del barrio, se erigía un quiosco de periódicos y revistas que, a falta de jóvenes consumidores, alquilaba por veinte céntimos cómics de Superman, Batman, Periquita, La Pequeña Lulú, Roy Rogers y el Llanero Solitario.

Damián, casi tan solitario como su admirado Llanero -pero sin caballo-, pagaba con orgullo sus céntimos para poder pasar el resto de la tarde sentado sobre un cartón, imaginándose que era grande, que estaba lejos y que se enfrentaba con valor a nuevas aventuras. Pero para perjuicio de éste súper héroe y sus demás cómplices animados, sus padres comenzaron a temer que el retoño suspendiera el año escolar. Damián se encargó de demostrar lo contrario y pudo seguir soñando.

Cuando su pastel de cumpleaños ya no tuvo espacio para todas las velas que cumplía, Damián recordó sus tardes sobre el asfalto sumergido en las montañas de cómics. Cuando el Llanero, el indio discreto que dejaba una bala como recuerdo y el veloz plata le enseñaron que solo podría conquistar las aventuras más irracionales.
Y sonríe, porque no se acuerda nada de ese año en la escuela.

Para mi héroe de infancia.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Leí una vez que la buena literatura es aquella no perecible, la que deja con ganas de volver. Lo aplico para todo lo que leo últimamente, como este texto. Volveré más veces para leerlo, aún que los que le sigan sean tan o más sabrosos. Tienes un lector fiel, aunque no tan asiduo intentas que sea. ;-)

Anónimo dijo...

Maxima!!!
Me encanta leerte Illacha Pillacha!

Espero ansioso la proxima entrega xD

Harold

La Ballena Elena dijo...

Que bonitooooooooooooo
Tu héroe tiene que estar increiblemente orgulloso

illa dijo...

Qué lindos, en serio, muchas gracias. Me emocionan sus comentarios, tomando en cuenta,además, que los tres son de países diferentes.
Espero no decepcionarlos, y si lo hago... regresen!
Un abrazo graaaande